Este es el artículo publicado en la revista número IX de la asociación ProCulTo (promoción de la Cultura en la Comarca de Toro), correspondiente al año 2015. Espero que os guste.
Cualquiera que, paseando una tarde de verano por las tranquilas calles toresanas, llegue hasta la Puerta de Santa Catalina, se encontrará, en medio de una rotonda, un tanto solitaria y descuidada, con la escultura más singular de cuantas conforman el patrimonio cultural de nuestra Ciudad, y que, probablemente sea la que da nombre a la misma: el toro de granito. Cualquier especialista en el tema nos dirá que se trata de un verraco celtibérico; a mí me gusta decir que es un toro vacceo, porque eran los vacceos quienes debieron tallarlo, si no con total seguridad, sí es más probable que el autor fuera un vacceo y no lo que conocemos hoy día por un celtíbero.

¿Quiénes fueron los vacceos? Su nombre nos llega desde la lejanía de la Historia casi como un pueblo olvidado, entre las brumas de los pueblos que vivieron en la Península Ibérica en los días en que Roma decidió adueñarse de ella y que pasaron a segundo ensombrecidos por las gestas de renombrados héroes como el lusitano Viriato, terror romanorum, los heroicos numantinos o el cántabro Corocotta. Intentemos despejar esas nieblas y arrojar algo de luz sobre aquellas gentes que vivieron a orillas del Durius (Duero) hace más de dos mil años.
Hasta hace muy poco tiempo, los vacceos eran poco conocidos fuera del ámbito académico. Sólo en los últimos años se han dado a conocer en mayor grado para el “gran público”, sobre todo por el descubrimiento de las excavaciones de la ciudad vaccea de Pintia (Padilla de Duero, en Valladolid) y por el auge de los grupos de reconstrucción histórica, que en los últimos años celebran festivales recreando algún acontecimiento que haya pasado a la posteridad o, simplemente, simulan algún enfrentamiento con las legiones romanas.
¿Quiénes eran los vacceos? Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre su origen. La mayoría los cuenta entre los pueblos celtas que migraron a la Península desde Europa Central alrededor del s. VI a. C., pero otros sostienen que podían tratarse de un pueblo de origen ligur, e incluso los hay que opinan que se trataba de otro pueblo que ocupaba la cuenca media del Durius antes de su llegada y que, aunque sufrió las influencias celtas de los pueblos que lo rodeaban, no tenía este origen. Otros derivan el nombre “vacceo” del pueblo de los belovacos (bello-vaci), un pueblo celta procedente de la Galia belga, es decir, las actuales regiones de la Alta Normandía y la Picardía, al norte de París. Es posible que parte de este pueblo decidiera emigrar hacia el oeste y el sur y terminasen encontrando su lugar en la cuenca del Durius.
Los vacceos ocuparon el valle medio del Durius entre los siglos VI y I a. C. Su territorio comprendía, de manera aproximada, la provincia de Valladolid y parte de las de Palencia, Burgos, Segovia, Ávila, León, Salamanca y Zamora. La extensión de este territorio varió durante todo este tiempo, a causa de los continuos enfrentamientos con otros pueblos vecinos, como vettones, astures o cántabros. En nuestra provincia ocuparon poco más o menos la mitad este. Sabemos que el río Astura (Esla) era su frontera con los astures hasta el Durius, mientras que la frontera suroeste, con los vettones, la formaba la línea del Tormes.

Al hilo de esta cuestión, si en realidad los vacceos llegaron al Durius en el s. VI a. C., la cuestión sería quiénes vivían aquí cuando ellos llegaron. Algunos historiadores, siguiendo a Avieno, piensan que se trataba de los saefes, un pueblo también de origen celta, más débil que los recién llegados, que se hallaba asentado en el valle del Durius y que fue asimilado o se retiró hacia la zona de la Sierra de la Culebra, al noroeste de la provincia de Zamora.
El caso es que los vacceos llegaron al valle del Durius y decidieron quedarse, al descubrir una región fértil y rica en la que podían establecerse. Era una magnífica tierra, cubierta en aquella época de bosques de robles y encinas, y se encargaron de defenderla de sus vecinos hasta que los doblegó el poder de Roma. A lo largo de nuestro gran río construyeron un buen puñado de ciudades (oppida): Albocela, Ocellodurum (Zamora), Septimanca (Simancas), Acontia (Tudela de Duero), Rauda (Roa de Duero) o Pintia (Padilla de Duero). Pero también poblaron las riberas del Pisorica (Pisuerga): Pallantia (Palencia) o Eldana (Dueñas). Como vemos, solían establecer sus ciudades en lugares fáciles de defender: los valles de los ríos, en altozanos a la orilla de estos, en los lugares de confluencia de dos ríos o en colinas junto a corrientes fluviales.
Su estructura política y social es singular. Algunos historiadores opinan que los vacceos formaron una especie de federación de ciudades-estado que de manera habitual actuaban de forma independiente pero que se unían ante un peligro mayor. Como consecuencia, y debido a que la población tendió a refugiarse del peligro tras las murallas de las ciudades, escaseaban las aldeas y las granjas (al menos las lejanas a los núcleos urbanos) y aumentó el tamaño de los oppida, aunque al sur del Durius el poblamiento era más disperso. Aunque no puedan aceptarse las cifras citadas por las fuentes clásicas, parece demostrado que un buen número de ciudades vacceas eran de mayor tamaño y contaban con más habitantes que, por ejemplo, la famosa Numancia de los arévacos, que se convirtió en un dolor de cabeza para Roma.
Cada ciudad se regía por un consejo de ancianos y guerreros que tomaba las decisiones importantes dentro de la ciudad. Este consejo formaba la élite de una sociedad muy estratificada; se trataba de los más fuertes en el aspecto físico y en el económico, formando una suerte de nobleza que dirigía los destinos de la ciudad. Por debajo se encontrarían los demás guerreros, los que se dedicaban a las labores del campo (labores que ejercían los guerreros con frecuencia) y en el escalón más bajo, los esclavos. En caso de guerra, era frecuente elegir como caudillo a un guerrero sobresaliente que dirigiese a los demás guerreros de la ciudad hacia la victoria sobre el enemigo. Sobre su religión, se han descubierto inscripciones con nombres de dioses celtas, como Lugh, Cernunnos o Sucellos, a quienes debieron adorar. No hay constancia de la existencia de una casta sacerdotal ni de brujos o chamanes, pero alguien tuvo que dirigir y transmitir el culto a esas divinidades.
Los vacceos habían encontrado una tierra fértil para prosperar, y su población creció. Como ejemplo, el historiador Schulten, en base a las fuentes clásicas, calcula una población de unos 320.000 habitantes en el territorio vacceo al comienzo del s. II a. C. A ello contribuyó, como digo, la riqueza y la fertilidad del suelo.
Vivían sobre todo de la agricultura, pero también del pastoreo. Cultivaban cereales (sobre todo trigo y cebada) con arados sencillos, y está acreditada la práctica del barbecho y los pastos comunales con un sistema de oppenfield. Recogían la cosecha en almacenes comunales. También practicaban la trashumancia, realizando la emigración anual a lo largo del Durius. Disponían los campos de cereal (sobre todo cebada y trigo) junto a las ciudades y aldeas, y se dotaron de un curioso y original sistema de colectivismo agrario del que se hizo eco Diodoro de Sicilia. Se trataba, ni más ni menos, que de repartir el grano, una vez cosechado, entre todas las familias de la ciudad, de forma proporcional al número de personas de cada familia. El excedente era utilizado para el comercio con los pueblos vecinos. Si a alguien se le ocurría robar parte del excedente y era descubierto, su destino era la muerte.
Fueron criadores de caballos, los llamados thieldones, una raza muy apreciada, de pequeño tamaño y pelaje gris, y que caminaban en ambladura, es decir movían a la vez las dos patas del mismo lado. También pudieron criar ganado vacuno y ovino. La fauna de la zona era rica: águilas, jabalíes, corzos, cisnes, avutardas, castores, nutrias, caballos salvajes…
Solían comerciar con cerámica y lana, y la metalurgia les era conocida, elaborando armas de buena calidad con hierro que recibirían de celtíberos y berones. Con los numantinos intercambiaban trigo por plata y otros metales. Apreciaban el oro para forjar torques y brazaletes. También debieron comerciar con carpetanos y vettones.
La primera vez que se menciona a los vacceos en las fuentes es con objeto del ataque de Aníbal Barca en 220 a. C. a las ciudades vacceas de Helmántica (Salamanca) y Albocela -o Arbocala, o Arbucale, ciudad de situación desconocida en la actualidad, aunque se ha identificado de forma tradicional con Toro-. No está claro el objetivo de Aníbal al atacar estas ciudades; existen varias hipótesis, como son que los cartagineses trataban de detener una posible migración vaccea y carpetana hacia el sur, que habría puesto en peligro a pueblos aliados de los cartagineses, como los turdetanos; otra hipótesis sería el reclutamiento de guerreros vacceos para el ejército de Aníbal, el que invadiría poco después Italia y pondría en jaque a Roma. Diodoro y Livio citan el valor de helmanticenses y albocelenses, que se enfrentaron al poderoso ejército púnico y lograron resistir el ataque varios días gracias a su valor y su número, hasta tener que rendirse al joven general cartaginés, que a su vez tomó los rehenes correspondientes para engrosar sus huestes y arrasó los campos alrededor de las dos ciudades.
Pero los vacceos eran poderosos entonces, y una parte de sus guerreros, en coalición con carpetanos y olcades, persiguió al ejército de Aníbal. Lo alcanzaron cuando éste vadeaba el Tajo, de regreso a Turdetania, y se produjo otro combate del que Aníbal salió indemne.
En 193 a. C., el pretor Marco Fulvio Nobilior entró en el valle del Tajo y se enfrentó a un ejército formado por carpetanos, vettones y vacceos, que estaba comandado por el rey carpetano Hilerno. Los romanos derrotaron a los indígenas e Hilerno fue capturado. Sin embargo, Nobilior no tomó Toletum (Toledo), la capital de los carpetanos, que cayó en manos romanas el año siguiente.
El célebre Marco Porcio Catón, apodado muchos años después el Censor, debió pasar por el confín sureste del territorio vacceo durante la campaña de su consulado en 195 a. C., en la que llegó a acercarse a Numancia.
Los vacceos vivían lejos del este de la Península, y por ello gozaron de una cierta tranquilidad hasta 179 a. C., año en el que los propretores Cayo Postumio Albino y Tiberio Sempronio Graco, en el transcurso de una campaña coordinada, cruzaron las montañas de los carpetanos y penetraron en su territorio, ya que Albino tenía que atravesar parte de la tierra vaccea para reunirse con su colega y combatir a los arévacos. Los vacceos salieron a su encuentro, y según Livio, Albino combatió con éxito contra los vacceos en dos ocasiones.
Con la Pax Sempronia llegó de nuevo la tranquilidad, pero la guerra estalló de nuevo en 153 a. C. a causa del presunto incumplimiento del tratado con Graco por parte de los habitantes de Segeda (Belmonte, en Cuenca), capital de los belos, y de la acogida que tuvieron por parte de los numantinos cuando abandonaron su ciudad. Al año siguiente, el cónsul Marco Claudio Marcelo firmó un nuevo tratado de paz con los indígenas, pero su sucesor, Lucio Licinio Lúculo, decidió invadir la tierra vaccea.
Lúculo apareció en 151 a. C. ante las murallas de Cauca (Coca) esgrimiendo la acusación, falsa, de que los caucenses habían atacado a los carpetanos. Tras parlamentar con Lúculo, los caucenses decidieron firmar un acuerdo, pero fueron traicionados y masacrados por las legiones. El cónsul se internó entonces en el territorio vacceo, siguiendo el curso del Eresma y, posiblemente, vadeando el Durius cerca de Septimanca (Simancas). Después se internó en los Montes Torozos con la intención de atacar Pallantia evitando el valle del Pisorica. Sin embargo, decidió volverse hacia Intercatia, cuya situación hoy se desconoce, pues, aunque se la identificó con Villalpando, otros autores la sitúan en Montealegre, Aguilar de Campos o Cerecinos de Campos.
Es muy probable que los intercatienses ya estuvieran avisados de la presencia romana, y que hubieran reunido una tropa que pudiera enfrentarse a los romanos. Lúculo asedió la ciudad, pero sufrió muchas pérdidas, causadas tanto por los vacceos como por los problemas de abastecimiento. Sin embargo, entre los tribunos militares de Lúculo se encontraba el joven Publio Cornelio Escipión Emiliano, que se hizo famoso por derrotar a un guerrero intercatiense en combate singular, ganándose así el respeto de los vacceos.
Al final, Lúculo levantó el campamento y decidió atacar Pallantia. Pero apenas tenía víveres y la caballería pallantina le hostigaba continuamente, por lo que decidió retirarse de nuevo al sur del Durius, donde los jinetes pallantinos dejaron de perseguirle. Roma había fracasado de nuevo a orillas del Durius.
En 143 a. C. Viriato intentó convencer a vacceos y arévacos para que se uniesen a él en su exitosa lucha contra Roma. Incluso las fuentes dicen que los lusitanos se pasearon por numerosas ciudades vacceas mostrando las insignias capturadas a las legiones derrotadas en el valle del Betis (Guadalquivir). Los vacceos decidieron no hacer caso de los requerimientos del lusitano. No querían volver a ver a las legiones dentro de su país.
A partir de este momento, arreciaron los ataques romanos contra los arévacos, y los vacceos, como vecinos y seguramente amigos, tuvieron noticias de todo aquello. Numancia sufrió los ataques consecutivos de los generales romanos. El cónsul Quinto Pompeyo Aulo, en 141 a. C., fracasó ante las murallas de Numancia y Termantia. El cónsul Marco Popilio Laenas, en 139 a. C., también volvió a Roma para comunicar al Senado que también había fracasado. Aquel año fue asesinado Viriato. En 137 a. C., el cónsul fue Cayo Hostilio Mancino, que también fue sorprendido y derrotado, y se vio obligado a firmar un tratado con Numancia. Pero al Senado, el tratado de Mancino le pareció humillante para Roma, por lo que el ex cónsul fue deshonrado y despojado de la ciudadanía romana. Roma lo entregó, desnudo y encadenado, ante las puertas de Numantia. Los numantinos rechazaron hacerse cargo de él, puesto que no era su prisionero.
Durante ese mismo año, el pretor Décimo Junio Bruto rodeó el territorio vacceo hasta Lusitania y desde allí cruzo el Durius y llegó hasta el Minius (Miño), internándose en la Gallaecia (Galicia). Bruto consiguió dominar aquellas tierras y llevarse el apodo de Galaico. Los vacceos veían así como los romanos rodeaban su país por todas partes; es muy probable que se preparasen para una invasión inminente.
No se equivocaban; el cónsul Marco Emilio Lépido Porcina atacó Pallantia al año siguiente, ayudado por Bruto el Galaico, con la excusa de que los pallantinos habían ayudado a Numancia. Pero la campaña se inició demasiado pronto, antes de que comenzara la primavera y, de nuevo, las líneas de abastecimiento jugaron una mala pasada a los romanos, que tuvieron que retirarse, perseguidos por los pallantinos. Dos ejércitos romanos, uno de ellos victorioso en la Gallaecia, habían sido derrotados por aquellos indígenas. Tuvo que ser un desastre digno de mención, pues el Senado destituyó a Lépido Porcina y lo multó.
Pero los romanos eran persistentes. En 135 a. C. el cónsul Quinto Calpurnio Pisón volvió a entrar en territorio vacceo, hacia las cercanías de Pallantia. Apenas obtuvo botín, fue derrotado de manera contundente y se retiró a la Carpetania (valle del Tajo).
El Senado estaba empezando a perder la paciencia ante las continuas derrotas de sus legiones ante los indígenas hispanos. Los mayores contaban a los niños historias sobre Viriato o Numancia para asustarlos. Los jóvenes no querían alistarse en el ejército porque temían encontrar la muerte a manos de aquellos salvajes sanguinarios en las recónditas tierras hispanas. Roma comenzaba a tener un grave problema…
En 134 a. C. fue Escipión Emiliano quien entró en territorio vacceo, esta vez desde el desfiladero de Pancorbo, en Burgos, tratando de sorprender a los vacceos para quemar sus campos de cereales y que dejasen de abastecer a Numancia. Cerca de Pallantia hubo de enfrentarse a los vacceos y se vio obligado a retirarse hacia el sur del Durius a través de los Torozos y vadeando el río cerca de Septimanca, no sin sufrir antes numerosas pérdidas. Al año siguiente, Numancia caería a manos del propio Escipión Emiliano, con lo que, aunque Roma no hubiese conseguido dominar a vacceos, cántabros y astures, sí había acabado con la pertinaz resistencia de Numancia y tenía controlada casi toda la cuenca sur del Durius.
Por eso, durante los años siguientes, los romanos no volvieron a poner sus pies en territorio vacceo. Durante sesenta años, los vacceos al norte del Durius no tuvieron que soportar ningún tipo de incursión en sus tierras. Los del sur del Durius fueron aceptando la presencia de Roma; incluso ayudaron a Sertorio en su guerra contra Pompeyo en 76 a. C. Este último volvió a atacar Pallantia en 74 a. C., pero la ciudad fue liberada por Sertorio, mientras Pompeyo se apoderaba de Cauca.
Por causas desconocidas, los vacceos se alzaron en armas contra los romanos en 56 a. C., es posible que ayudados por arévacos, vettones y carpetanos. Pero el propretor Quinto Cecilio Metelo Nepote los atacó antes de que pudiesen organizarse y los derrotó, aunque fue rechazado por los vacceos ante Clunia (Coruña del Conde).
Siguieron años de guerras civiles en Roma, que finalizarán en 31 a. C. con la victoria de Octaviano sobre Marco Antonio. Entonces Roma volvió a mirar hacia el norte de Hispania.
El princeps no quería ver más pueblos en la Península libres del dominio romano. Roma había cambiado y los vacceos del norte del Durius, los astures y los cántabros podían dar por finalizada su era de libertad.
Estatilio Tauro fue el encargado de someter a los astures en 29 a. C. Al mando de la Legio X Gemina cruzó el Durius y estableció un campamento junto a Albocela. Era la cabeza de puente para atacar Astúrica (Astorga) y Pallantia, y así derrotar a los vacceos y los astures del sur. Tauro debió tener éxito, puesto que Augusto le concedió el título de imperator y el consulado en el año 26 a. C. Los vacceos, los astures y los cántabros pertenecían ahora a la República Romana.
Así pues, me gustaría que, cuando paséis junto a nuestro querido toro de piedra, recordéis al menos que durante varios centenares de años fue testigo excepcional de hechos históricos. Quién sabe, tal vez el mismo Aníbal Barca pasó a su lado tras el largo asedio que le llevó a someter Albocela. El toro de piedra merece un lugar mejor en el entorno de nuestra Ciudad y, sobre todo, merece estar mejor cuidado de lo que lo ha estado hasta ahora. Es un símbolo para los toresanos, tal vez nuestra Ciudad lleva su nombre actual gracias a esa escultura de granito, pero esa es otra historia.
Augusto Rodríguez de la Rúa.
Arteixo (La Coruña), 20 de junio de 2015.
BIBLIOGRAFÍA
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