Hace casi dos años (concretamente mañana los hará), publiqué una entrada sobre un mapa digital del Imperio Romano que había encontrado navegando por internet. Se trataba de una página llamada pelagios.org, y la entrada es esta. En la entrada comentaba mi opinión sobre el mapa y esperaba que fuese mejorando poco a poco. Hoy he visto que el anterior enlace a pelagios no existe, así que lo he buscado y he encontrado el nuevo enlace aquí.
Es una pena que, a simple vista, no he encontrado muchas mejoras. Incluso, cuando se carga la página, aparece un aviso: «Esta página no puede cargar Google Maps correctamente». Como digo, aunque no me he entretenido mucho en ella, parece que sigue prácticamente igual que hace dos años.
Sin embargo, Google me ha llevado hasta otro mapa digital, este de la Universidad de Lund, en Suecia (tal vez mi amigo Marcos Aceves, que trabaja allí, lo conozca). Aunque la interfaz del mapa es igual que la de pelagios, la página es mucho más cómoda de manejar. Tiene un panel lateral en el lado derecho que puede mostrarse u ocultarse, y que contiene varias pestañas con la leyenda del mapa, capas, búsqueda o lugares. Llegaréis a la página haciendo click aquí. Espero que, si te interesa el tema, pases un buen rato explorando el mapa.
Otra página que contiene un mapa del Imperio romano, aunque menos detallada que las anteriores, es OmnesViae, que incluye una visita a la tabla Peutingeriana, con una bonita imagen de la misma. La curiosidad de esta página es que sí identifica Albocela con Toro, y lo mejor de todo es que una de las fotos, la del toro de piedra, es mía, una foto que hice hace ya varios años. El enlace a la página es éste.
Espero que estos tres mapas sirvan para entretenerte un rato. Otro día volveré con más mapas.
Hace unos meses fue trasladado, una vez más, el gran toro de piedra de origen prerromano que podría ser el origen del nombre de la Ciudad de Toro. Pasó de encontrarse en la rotonda situada junto a la Puerta de Santa Catalina, de la que parte la N-122, la carretera que va hacia Valladolid, a presidir la plaza de San Agustín, ante las puertas del Alcázar. Personalmente, el traslado me parece un acierto, pues el toro es uno de los símbolos de la Ciudad y merece encontrarse en un lugar céntrico, junto a la antigua fortaleza medieval.
Recordaba que mi padre había escrito en los años ochenta del siglo pasado un artículo sobre las diferentes teorías que en aquel entonces se habían elaborado (y que no han variado mucho) sobre el origen del nombre de Toro. Sabía dónde estaba el manuscrito y he decidido publicarlo en mi blog. El artículo fue publicado en su momento (años ochenta, como digo) en la revista local Arco del Reloj. No estoy seguro de si mi padre fue un simple colaborador o formó parte más activa de aquella revista. Más tarde, muchos años más tarde, el mismo artículo volvió a publicarse en el número 1 de la revista ProCulTo, en 2005. Todavía puede encontrarse en la web de dicha asociación. No sé si a él le gustaría que lo publicase; por desgracia, ya no puedo preguntárselo. Este es el contenido del artículo, titulado En torno al nombre de Toro.
Dibujo del toro de piedra que se encuentra en Toro.
En toda publicación de tipo local suele incluirse una sección dedicada a la exposición de aspectos y problemas históricos propios de la comunidad a la que va dirigida; en nuestra revista esa sección no puede faltar, y nada mejor que incluir en ella la exposición de temas tan interesantes como los de los propios precedentes y razón de la denominación de la Ciudad. Últimamente han sido publicados algunos trabajos que actualizan los conocimientos sobre tales problemas, pero, a riesgo de ser reiterativo, estimo interesante presentar un casi esquematizado resumen del estado de las cuestiones sobre los mismos, sin un pronunciamiento en concreto que pretenda ser una solución definitiva -por ahora inviable-, aunque sí apuntar una posibilidad lógica, no exenta de esa imaginación que el historiador Contenau consideraba necesaria como agente coordinador de hechos, y las gentes exigen como imprescindible –y casi patrimonio del subconsciente colectivo- cuando de los orígenes del grupo se trata.
El antiguo oppidum vacceo que las fuentes denominan Arbucala (Pol., 11, 14 y Liv.XXI,5), Albecera (Rav.312,20) o ALBOCELA (Ptol.II,6,49 e Itin. Antnº. 434,7), y que el Itinerario Antonino sitúa en la calzada de Emérita Augusta (Mérida) a Caesarugusta (Zaragoza), en la derivación o vía de Oceloduri, y entre ésta y Amalóbriga (identificadas como Zamora y Torrelobatón, respectivamente), se hace coincidir en su ubicación por Madoz –en base a las coordenadas dadas por Ptolomeo- y Gómez Moreno –por razón de la equidistancia de Oceloduri y del trazado seguido por la calzada cesaraugustana- con nuestra ciudad de Toro, identificación que aceptan en la actualidad la mayor parte de los historiadores, aunque algunos con reservas a falta de otras pruebas que vengan a completar tales cálculos sobre los textos, cual podría ser –me permito apuntar- un examen de la toponimia, que pudiese conducir a una mayor certeza; puesto que el vocablo «albo» (relativo a una divinidad) aparece con alguna frecuencia –y como conservado- en nuestra comarca, así componiendo o formando parte del nombre de pueblos (Veni-albo y Villar-albo) o en la fuente del Caño Alberus –vulgarmente conocida como Cañusverus, por corrupción-.
Si, aceptando los argumentos indicados, admitimos la identificación con Albocela, hemos de excluir, en razón de las propias fuentes en que los mismos se fundamentan, aquella que se pretende con otras dos poblaciones que simultáneamente constan en los textos con ubicaciones diferentes, siendo contemporáneas. Así, ni Octodorum (que indica Lafuente y propone Cuadrado –cuyo argumento, en base a Octo=Otero, también puede geográficamente aplicarse a Zamora-) u Oceloduri (Ptol.II,6.49 e Itin.434,439), mansión que cita el Antonino como situada en la calzada de Emérita a Astúrica –y deben identificarse con las ruinas de Zamora la Vieja, en Castrotorafe-, puede ser admitida, ni debemos considerar seriamente que nuestro solar –en algún momento- se denominase Sabariam, mansión, también citada por el Antonino, entre las actuales Salamanca y Zamora, en la ruta de Emérita a Astúrica, –que debe situarse cerca de Cubo del Vino-, y a la que Ptolomeo (I1,6,49) denominaba Sarabris, núcleo que H. Livermore considera identificable con la capital, de igual nombre, de los sappi (cuya conquista se atribuye a Leovigildo por J. de Biclaro), y a la vez (como algún cronista local también lo ha hecho) con Toro, no sin intercalar entre ambas –cronológicamente- una supuesta Villae Gothorum de época de la repoblación.
Con la conquista romana se abre un paréntesis de oscuridad para nuestra historia local, que sólo se cierra cuando en el s. X se inicia la repoblación de los territorios hasta la línea del Duero, comenzando a figurar desde entonces la denominación correspondiente a nuestra comarca como de Tauro o de Taurum, según las fuentes (Crónica de Sampiro –al hablar de la repoblación-, primer fuero –1222- inclusión en el obispado de Astorga –916-, restitución a la sede de Zamora –s. XII-, etc.), e incluso Campis Torio –denominación que, por haberse conservado para uno de nuestros parajes hasta época relativamente reciente, aún recordarán los mayores-. Es durante el transcurso de este periodo donde diversos autores han buscado el origen de la denominación actual de la Ciudad. Veamos cómo.
Siguiendo a F. Wattenberg deberíamos encontrarlo en el inicio de la última fase de la conquista romana (sobre el año 29) y en los reales del jefe del propio ejército conquistador, Statilio Tauro, quien consiguió el nada desdeñable triunfo (habida cuenta del continuo batallar de Roma contra las tribus indígenas del Norte del Duero durante siglo y medio) de establecer una cabeza de puente dentro del territorio vacceo, consolidándola y viniendo a convertirla en base inicial de operaciones, que con Albocela=Toro como centro y formando una punta de lanza con pequeños puestos fortificados (campamentos. o castros: Castronuevo, San Pedro de Latarce, Tordehumos, etc.) sobre las líneas Sequillo-Torozos, permitirían maniobrar desde ella a la Legio X, conquistando todo el territorio vacceo y progresar hacia Astúrica. La aplicación de la medida –que por sistema y debido a razones de seguridad empleaban los romanos- de desplazar aquella población de las ciudades estratégicas que eran conquistadas (a excepción de la dedicada a actividades que les eran precisas en sus planes militares, como el caso de los artesanos) hacia zonas llanas del territorio (en este caso ¿quizá el lugar hoy llamado El Alba?), sustituyéndola por familias de soldados y otras gentes que seguían al ejército, habría dado lugar a que los nuevos ocupantes fuesen llamados «hombres de Tauro», y a la cuña estratégica «Campo de Tauro», denominaciones que serían conservadas más tarde, perviviendo de forma inconsciente (1). Lo cierto es que S. Tauro regresó pronto a Roma (en 27 a. C.), donde recibiría los honores del triunfo; y que con posterioridad a las guerras cántabras no existe constancia de la existencia de guarnición alguna que pueda considerarse asentada de forma más o menos permanente en este territorio, limitándose los vestigios romanos a restos de fortificaciones y algunas villas del Bajo Imperio, pero en ningún caso en la propia población.
Al tratar la Crónica Albeldense sobre Alfonso I, se dice que «invadió victorioso las ciudades de León y Astorga, poseídas por los enemigos. Asoló los campos que llaman Góticos hasta el río Duero y extendió el reino de los cristianos», mención genérica que ha servido de base a Menéndez Pidal para derivar el origen del nombre de nuestra Ciudad de “Campi Gothorum”, y a Livermore –como antes hemos indicado- para identificar a ésta con Villae Gothorum. Lo cierto es que en la Crónica Albeldense –y sólo en ella- se denominan Campos Góticos a toda la cuenca septentrional del Duero, entre la Cordillera Cantábrica y el río, territorio que gozó de cierta autonomía política (frente a cristianos y árabes) entre la mitad del s. VIII y la mitad del s. IX, y que recibió tal nombre –según Barbero y Vigil- debido posiblemente “a que su población seguía conservando las estructuras e instituciones de la época goda” (al no haber sido asimilados sus habitantes por las formas islámicas), por lo que siguieron conservando el nombre de godos, pervivencia del antiguo orden social del regnum Gothorum que daría origen a la expresión “Campos Gothicos” utilizada por el Albeldense para aquellos territorios no sometidos (según la crónica de Alfonso III), fenómeno semejante al de Septimania, la «Gothia» carolingia, y al de la denominación de mozárabes, “lo que por otra parte no tiene significado étnico alguno, sino social”; llevándonos así a no poder aceptar la formulación de Menéndez Pidal sobre la base de un término genéricamente aplicado a una amplia región por la Crónica, en orden a una posible base social, que, –al margen de las dificultades de la propia derivación- lo hacen difícilmente reducible a un pequeño grupo o población, la más alejada, precisamente, de los que aplicaron el término para, repetimos, un amplio territorio.
La teoría establecida por Sánchez Albornoz sobre la creación de un desierto estratégico entre la cordillera cántabro-astur y el Duero -al inicio de la Reconquista- cuyo vacío sólo se llenaría con la expansión del reino cristiano hasta dicho río y en la subsiguiente acción repobladora, ha conducido a la conclusión de que –roto, durante aproximadamente un siglo, todo vínculo con el territorio y tradiciones anteriores- no cabría fundamentar el nombre de nuestra Ciudad más que en el hallazgo, por parte de las nuevas gentes, del toro de piedra; ahora bien, la tesis sobre la despoblación por motivos estratégicos ha sido puesta en entredicho; y actualmente se reconoce –por Moxó y otros- la existencia de algunos núcleos de población dispersos en la zona, más numerosos de lo generalmente admitido –cual demuestran las investigaciones. de los citados Barbero y Vigil- y con autonomía política, por lo que cabría, en principio, admitir la existencia de un cierto número de habitantes en nuestra comarca que pasarían a integrarse con la población inmigrante, en cuyo caso tal grupo podía o no conservar, de forma más o menos consciente, una tradición en torno a su origen, al igual que otros grupos lo han hecho, sin que en muchos casos –vaqueiros, maragatos, etc.- se conozca o esté claro de donde proviene su denominación y antecedentes; en el primer supuesto los repobladores se limitarían a aceptar la autodenominación del grupo indígena, sobre todo si la misma se encontraba reforzada con la vinculación a un símbolo material, como podría ser el toro de piedra, y si aceptamos como lógico que tal denominación conservada sea la de «hombres de Tauro» –a que se hizo referencia- y se estimaba por los propios indígenas –subconscientemente- relacionada con el signo externo que era la escultura –lo que es admisible desde un punto de vista sociológico-, ello nos conduciría a que el área que habitaban recibiese la denominación –o la conservase- de Campos de Tauro, y a su núcleo central se le llamase Toro; en otro caso, de no existir tradición alguna, tendría que concluirse, como única respuesta lógica que parece avalada por la ausencia casi total de vestigios visigodos y árabes, de que sólo el toro de piedra es causa de la denominación de la ciudad, como tesis más aceptable, en su actual forma al menos.
La clave está, pues, en la escultura del toro, pero ¿puede ésta darnos alguna respuesta más que la simple palabra evocada por su imagen? Pudiera ser, y desde luego bastante sugestiva, y aquí es donde entra en función la imaginación con función coordinadora. Desde luego se trata de una imagen u objeto cultural, como se deriva del rehundido lateral y huecos para la fijación de astas, vinculada a un ancestral culto al toro, que Blázquez afirma existió, entre otras, en esta zona desde época precelta. Los dioses célticos revestían diverso carácter (acuático, guerrero, etc.) según los lugares de culto, teniendo, con arreglo a las poblaciones sus propios y diferentes nombres, que les distinguían de los de su especie, dándoseles distintas formas, incluso de animales, entre ellos el toro, culto que los indoeuropeos, tras su invasión, habían aceptado –y en la esencia de algunas tradiciones se conserva hoy día en algunas regiones-. El mismo autor –al igual que García Bellido- incluye en su lista de divinidades prerromanas a un dios de carácter toponímico (es decir, que recibe el nombre de la advocación de su culto y centro en que éste radica) denominado Albocelo, el que muy bien pudo revestir la forma de un toro –como otros dioses de la misma cultura- recibiendo en la ciudad su culto de los «albocelensis» citados en dos estelas halladas en la cuenca del Duero, lo que nos induce a estimar que en el toro de piedra (tan traído y llevado aquí como lo ha sido de emplazamiento en emplazamiento a lo largo de su historia) se da la conjunción de teorías expuestas sobre el antiguo asentamiento y el nombre actual, permitiendo una vinculación de conjunto que lleva a la conclusión de que, llamémosles –conforme a su época- «los de Albocelo», «hombres de Tauro», o toresanos, sus habitantes participan en esencia de algo que les vincula desde su origen, y desde la antigüedad nuestra Ciudad ha poseído en esencia el mismo nombre –aunque bajo distintas expresiones lingüísticas-, todo ello debido a esa –tan maltratada- imagen pétrea que llevaría a los repobladores a confirmarlo con un vocablo de su propia lengua.
Cualquiera de los lectores podrá sacar su propia conclusión con arreglo a las consideraciones que hemos ido exponiendo, por nuestra parte sólo hemos tratado de mostrar un estado de cuestiones –como al principio indicamos- y sugerir una posibilidad de continua identidad esencial, que quizá algún día pueda verse confirmada sobre más sólidas bases.
Augusto Rodríguez Samaniego.
(1) Al igual que en diversos lugares franceses se denominan (con motivo de la conquista de la Galia) “Campos Cesarienses”.
El toro de piedra, en su ubicación actual, ante el Alcázar.
Continuamos con las buenas noticias sobre las campañas arqueológicas en territorio vacceo. No sólo contamos con las exitosas excavaciones de Pintia y de Intercatia, de las que ya hemos hablado en anteriores entradas de este blog. En esta entrada vamos a hablar del Proyecto Dessobriga.
Dessobriga fue un oppidum vacceo que los expertos ubican entre los términos municipales de Osorno (Palencia) y Melgar de Fernamental (Burgos). La ciudad vaccea se encontraría así muy cercana al límite entre el país vacceo y el de los turmogos o turmódigos.
El yacimiento que se excava desde 2014 se encuentra en el altozano de Las Cuestas, a 880 metros de altitud y con una superficie de unas 195 hectáreas, incluyendo una necrópolis en una de las laderas del oppidum. Esta situación permitiría a los dessobrigenses controlar la amplia llanura circundante y los caminos naturales en dirección este-oeste y norte-sur. Durante la campaña actual, entre el 30 de julio y el 18 de agosto, se han ampliado las excavaciones en el gran edificio rectangular de unos cincuenta metros de longitud que fue descubierto en el centro del cerro durante la campaña de exploración aérea de 2014 y que se comenzó a excavar durante la de 2017. Los arqueólogos suponen que debió tratarse de una edificación vaccea cuya función aún no está muy clara. Pudo ser una sala común donde se celebrasen las asambleas de la ciudad u otro tipo de reuniones, o también un almacén de grano. El recinto habría sido modificado posteriormente por los romanos durante la época altoimperial, ya que Dessobriga podría haber sido una de las bases utilizadas por las legiones romanas para acceder al territorio cántabro durante las guerras que enfrentaron a los romanos contra cántabros y astures, justo tras el sometimiento de los vacceos por parte de Roma, como se deduce por el descubrimiento de numeroso material militar y piezas numismáticas.
Las campañas anteriores también desvelaron la entrada en Dessobriga de un ramal de la Via Aquitana -la ruta que unía Narbo (Narbona) y Burdigala (Burdeos)-, que llegaría hasta Astúrica Augusta (Astorga).
Si quieres obtener más información sobre las excavaciones de Dessobriga, puedes visitar la web oficial pulsando aquí.
El 2 de agosto de 216 a. C. y en el marco de la Segunda Guerra Púnica, Roma y Cartago dirimieron una de las batallas más importantes de la Historia. Ambos ejércitos se enfrentaron a orillas del río Aufidus (el actual Ofanto), en la Apulia italiana, en la que podía ser la batalla decisiva de aquella guerra.
Aníbal Barca se había puesto en marcha desde la base púnica de Cartago Nova (Cartagena) en Hispania, con el fin de invadir Italia, asolarla, derrotar a los romanos y conseguir que sus aliados se pasaran al bando vencedor, lo que dejaría a Roma en una situación precaria y, presumiblemente, forzaría su rendición.
El general cartaginés avanzó por la costa hispana hacia el norte, se internó en la Galia, cruzó el Ródano, burlando al cónsul Publio Cornelio Escipión, cruzó los Alpes y se internó en Italia. Los romanos, en estado de alarma, enviaron una y otra vez a sus legiones en busca del ejército de Aníbal. Pero este resultó vencedor una y otra vez: Tesino (218 a. C.), Trebia (218 a. C.), Trasimeno (217 a. C.)… Aníbal estaba cada vez más cerca, y aunque una infección le había hecho perder un ojo en los pantanos de la Toscana, los romanos estaban aterrorizados. Sus ejércitos estaban exhaustos y el Senado temía que las derrotas sucesivas hiciesen cambiar de bando a sus aliados itálicos. Las tribus celtas del valle del Po se habían unido a Aníbal, pero no lo hicieron los etruscos ni los otros pueblos toscanos, por lo que el cartaginés decidió probar en el sur, con los samnitas y los pueblos de la Campania y el Bruttium.
Mientras, Roma nombró un dictador: Quinto Fabio Máximo Verrucoso. Máximo era consciente de la astucia de Aníbal y de su capacidad para derrotar a las legiones en batalla campal, por lo que decidió negársela. Así comenzó una serie de marchas y contramarchas en las que el dictador hostigaba al ejército cartaginés pero evitaba el enfrentamiento frontal. Quería desgastar a Aníbal y forzarlo a que abandonase Italia. Éste, por su parte, se dedicó al saqueo y la destrucción; quería demostrar a los itálicos que Roma no podía ni quería protegerlos. Nadie estaba contento con la estrategia del dictador.
Cuando terminaron los seis meses de mandato de dictador Máximo, y ante el descontento del pueblo de Roma, el Senado nombró a los dos cónsules de aquel año: Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón. Les otorgó el mando conjunto sobre un enorme ejército de ocho legiones (con sus respectivos contingentes aliados) y les encomendó la misión de llevar a Aníbal encadenado a la Ciudad.
Se trataba del ejército más grande que había reunido nunca Roma. En aquella época, las ocho legiones más sus contingentes aliados debían sumar unos ochenta y cinco mil hombres, de los que unos seis mil serían de caballería. Frente a ellos, Aníbal formó a un ejército variopinto de unos cincuenta mil hombres, con unos diez mil jinetes.
Para evitar los celos entre los dos cónsules, se había acordado que ambos ostentarían el mando del ejército en días alternos. Aníbal debía saber que Paulo era un militar capaz, pero que Varrón era algo incompetente, por lo que decidió presentar batalla un día en el que Varrón estuviera al mando.
Así, el 2 de agosto de 216 a. C., bajo el tórrido sol del verano apulio, las legiones formaron en la orilla sur del río Aufidus, dejando a este a la derecha. El cónsul Paulo, que aquel día no ostentaba el mando, se puso al mando de la caballería romana en el flanco derecho, mientras que Varrón se situaba a la izquierda, con la caballería aliada. Las legiones quedaron bajo el mando de los procónsules Marco Atilio Régulo y Cneo Servilio Gémino. Aníbal desplegó a su ejército frente a ellos; formó a su infantería de forma inusitada: la infantería pesada libiocartaginesa flanqueando a la masa de guerreros galos e hispanos, que formaron una especie de arco, con su parte más avanzada hacia el enemigo. La caballería hispana y gala se colocó en el flanco izquierdo cartaginés, y la temible caballería númida lo hizo a la derecha.
Batalla de Cannae (2 de agosto de 216 a. C.)
Tras las escaramuzas de la infantería ligera, entró en acción la caballería. Los hispanos y galos avanzaron a lo largo de la orilla del río, arrollando a la caballería romana, mientras que los númidas se encargaban de la caballería aliada. En el centro de la batalla, las legiones, formadas en su típico triplex acies, cargaron contra los galos e hispanos, haciendo que estos retrocedieran lentamente.
Mientras las legiones hacían retroceder el centro enemigo y las falanges africanas de los flancos pivotaban sobre sus extremos exteriores, la caballería hispana y gala, que había puesto en fuga a la romana, cruzó la retaguardia enemiga y se lanzó contra la espalda de la caballería itálica, que se desmoronó ante la doble acometida sufrida. Roma había perdido a su caballería, pero seguía haciendo retroceder a la infantería enemiga.
Pero las legiones habían caído en la trampa tendida por Aníbal. Una vez rebasadas las líneas de falange africana, éstas cargaron contra los flancos romanos. Al mismo tiempo, la caballería cartaginesa, una vez libre de jinetes enemigos, se volvió contra la retaguardia romana. Las legiones estaban completamente rodeadas y se deshicieron. Una vez rota la formación, los cartagineses se entregaron a un festín de muerte.
Fue la derrota más grave que había sufrido Roma en toda su Historia. El cónsul Paulo murió en combate, y también cayeron los procónsules Gémino y Régulo. Murieron cincuenta mil legionarios y cayeron prisioneros otros diez mil. después morirían otros dos mil legionarios, durante el ataque al campamento romano. También perecieron dos quaestores, veintinueve de los cuarenta y ocho tribunos militares y cerca de ochenta hombres con rango senatorial. El otro cónsul, Varrón, que estaba al mando del ejército, huyó. Fue un día funesto para los romanos. Aníbal perdió unos seis mil hombres.
Sin embargo, Aníbal no remató aquella victoria. No marchó hacia Roma y el Senado decidió que no se rendiría a Cartago. La guerra siguió y al final cambió de signo. Pero eso es parte de otra historia. Sobre el campo de Cannae quedaron casi sesenta mil cadáveres.
Muchos sitúan a Aníbal como uno de los grandes militares de la Historia. Opino que Aníbal fue un buen general, pero no uno de los mejores. Fue un buen táctico, rematando su carrera con la brillante victoria de Cannae, pero un mediocre estratega. Supo concebir la estrategia de llevar la guerra a Italia para hacer tambalear la hegemonía romana en la Península y hacer saltar por los aires su red de alianzas. Supo interpretar la inquina que tenían las tribus de la Galia Cisalpina hacia los romanos a causa de las anteriores derrotas. Supo formar su propia red de alianzas casándose con una princesa ibera y gracias a numerosos tratados con otros pueblos de Iberia y el sur de la Galia, y posteriormente con aquellos pueblos del sur de Italia que decidieron abandonar el lado romano. Fue capaz de conducir a su ejército multinacional a través de los Alpes hasta el valle del Po y derrotó a los romanos en cuantos combates tuvieron lugar. Estudió a fondo a los generales enemigos y siempre encontró la manera de derrotarlos, si exceptuamos a Escipión.
Pero no fue capaz de conseguir que su estrategia funcionase. La mayor parte de los aliados de Roma en el centro y norte de Italia permanecieron a su lado. No fue capaz de prever que en algún momento de la guerra tuviese que sitiar Roma, por lo que no dispuso de máquinas de asedio en ningún momento. Tampoco se enfrentó en ningún momento a ningún general romano de su talla, de nuevo exceptuando a Escipión, y en esta ocasión, fue derrotado. El dictador Quinto Fabio Máximo lo tuvo en jaque gracias a su táctica de hostigarle sin presentar batalla. Quizá su situación se resuma en lo que le dijo su propio comandante de caballería, Maharbal. Se dice que tras Cannae, Maharbal le dijo a Aníbal que si le ponía al mando de un contingente de caballería, en pocos días cenarían en el Capitolio. Según Tito Livio, cuando Aníbal se negó, Maharbal le respondió: «Verdaderamente, los dioses no han querido dar todas las virtudes a la misma persona. Sabes sin duda, Aníbal, cómo vencer, pero no sabes cómo hacer uso de tu victoria».
Bibliografía:
Aníbal, y los enemigos de Roma, Peter Connolly. Espasa Calpe, S. A., Madrid, 1981.
Roma contra Cartago, Nic Fields, Osprey Publishing, 2009.
Hablábamos hace tres semanas del importante descubrimiento de restos arqueológicos vacceos en Pintia (Padilla de Duero, Valladolid). Pues bien, no sólo se excava en la mencionada localidad vallisoletana; también comienza la tercera campaña de excavaciones de la ciudad vaccea de Intercatia en Paredes de Nava, Palencia.
Esta campaña se centrará en el centro de la ciudad vaccea y en el recinto amurallado exterior, que el director de la excavación, Francisco Javier Pérez Rodríguez, espera encontrar durante este verano. Durante las campañas anteriores, los trabajos se habían centrado en el recinto amurallado interior, cuya composición, de tierra apisonada y reforzado por una empalizada, logró determinarse con éxito.
La ciudad vaccea de Intercatia, a la que se habían dado diversas ubicaciones, desde Villalpando (Zamora) hasta Aguilar de Campos (Valladolid), aparece en los textos de Apiano, que narra el sitio al que fue sometida por el cónsul Lucio Licinio Lúculo en el año 151 a. C., que fracasó en sus numerosos intentos de tomar la ciudad al asalto y que sólo se resolvió gracias a un combate singular en que el entonces tribuno militar Publio Cornelio Escipión Emiliano derrotó a uno de los líderes guerreros intercatienses. Finalmente los romanos se retirarían hacia el sur con la caballería vaccea pegada a los talones.
Los vacceos siguen saliendo a la luz. El grupo de arqueólogos que lleva a cabo las excavaciones en la Zona Arqueológica de la Necrópolis de Las Ruedas, en Pintia (Padilla de Duero) ha realizado un importante descubrimiento.
Se trata de cuatro tumbas de época vaccea, dos de las cuales se encuentan en peor estado de conservación y en las que apenas se hallan unas pocas estelas. Pero en las otras dos se ha encontrado abundante material. En una de ellas, denominada sepultura 310, se han hallado trece objetos de cerámica.
Sin embargo, es la sepultura 308 la que se lleva la palma. En ella se han encontrado cuarenta y tres objetos cerámicos y metálicos, correspondientes al ajuarfunerario y al armamento de un guerrero. entre estos objetos se encuentran vasijas, un puñal, un cinturón, una punta de jabalina, una parrilla, pinzas para el fuego y, lo más llamativo, una pieza de bronce con figuras de caballo que podría corresponder a un báculo de autoridad. Sin haberla visto, supongo que será similar al báculo encontrado hace años en Numancia.
En Pintia se han encontrado, en 39 años de excavaciones, trescientas once tumbas, que se encuentran conservadas en el Centro de Estudios Federico Wattenberg, organismo que depende de la Universidad de Valladolid y que promueve los trabajos de índole arqueológica que se realizan en Pintia.
La campaña de excavaciones de este año empezó en junio y finalizará en agosto. Las piezas descubiertas ya se encuentran en el laboratorio preparadas para su estudio. Esperemos que, desde ahora hasta el final de la campaña aparezcan nuevos restos y que su investigación nos ayude a conocer y comprender mejor como vivieron los vacceos de los siglos IV a II a. C., los contemporáneos de nuestros queridos Aro, Coriaca, Vindula o Turaio.
Ya tenemos finalistas de los VIII Premios Hislibris de literatura histórica. Estos finalistas (excepto en las categorías de Hislibreño Honorífico y Labor Editorial) han sido elegidos por los usuarios de la web Hislibris.
Los finalistas en la categoría de Mejor Novela Histórica 2017 son:
El rey de Nemi. El juicio de Calígula, de Sandra Parente (Ediciones Evohé)
Godos: el principio del fin del Imperio Romano, de Pedro Santamaría (Pàmies)
Recordarán tu nombre, de Lorenzo Silva (Destino)
Bajo la estrella polar, de Steff Penney (HarperCollins)
Para mí, personalmente, es una alegría ver entre las obras finalistas la última de mi buen amigo Pedro Santamaría, Godos: el principio del fin del Imperio Romano. Desde aquí te deseo la mejor de las suertes, Pedro.
Podéis leer la entrada completa con el resto de los finalistas en todas las categorías haciendo click aquí.
La web Hislibris, especializada en literatura histórica, publica hoy una entrada en la que incluye las Bases y Convocatoria de los VIII Premios de Literatura Histórica Hislibris.
Tras la ausencia de estos premios durante el pasado año 2017, la web vuelve con fuerza para entregarlos durante 2018. La novedad de las bases de este año es que serán los propios «hislibreños», es decir, los usuarios registrados en la web (entre quienes tengo el honor de contarme) quienes propongan a los candidatos a ser premiados.
Las diferentes categorías son:
Mejor Novela Histórica 2017.
Mejor Ensayo Histórico 2017.
Mejor Autor Español 2017.
Mejor Autor Novel 2017.
Mejor Portada 2017.
Mejor Cómic Histórico 2017.
Mejor Labor Editorial 2017.
Categoría honorífica.
Recordemos que mi obra Aro, el guerrero lobo fue finalista en la categoría Mejor Novela Histórica 2015, y que un servidor lo fue en la categoría Mejor Autor Novel 2015 por la misma durante la anterior edición de los VII Premios Hislibris que se entregaron en 2016 en Santiago de Compostela.
Para que nos demos cuenta de la talla de estos premios, sólo basta mencionar a algunos de sus ganadores. Obras como La venganza del emperador (Gisbert Haefs) o El Cáliz de Melqart (Arturo Gonzalo Aizpiri), o autores como Santiago Posteguillo, Sebastián Roa o Pedro Santamaría han recibido alguna de las estatuillas (los entrañables Celedonios) que entrega Hislibris.
Según informa Cadena Ser, Radio Aranda, la campaña actual de excavaciones de este pasado verano en el yacimiento Rauda Vaccea (Roa, Burgos), ha desvelado material muy interesante en una pequeña extensión de 25 m².
Los arqueólogos han ampliado la excavación en la superficie de la primera cata en la llamada «Casa del Sótano», sacando a la luz una nueva estructura cuyo uso aún se desconoce y que debió ser pasto de las llamas. Aún se debate si pudo ser vivienda, taller o almacén.
También se han encontrado enseres de época vaccea, huesos de animal que pueden pertenecer a algún sacrificio ritual vacceo, piezas de metal o canicas. Además se están analizando en laboratorio restos de sedimentos encontrados en el interior de recipientes, restos de semillas o polen que podrían proporcionar nuevos datos sobre la nutrición de los vacceos.
Está claro que el yacimiento burgalés todavía nos va a contar muchas cosas sobre los vacceos.
Este es el artículo publicado en la revista XIII de la asociación ProCulTo (promoción de la Cultura en la Comarca de Toro), correspondiente al año 2017. Espero que os guste.
Los vacceos, habitantes de la cuenca media del Duero, han llegado hasta nuestros días como un pueblo dedicado fundamentalmente a la agricultura, y se ha hecho bien conocido su modelo de colectivismo agrario, sistema que sigue siendo objeto de debate por parte de los historiadores. Pero también se cuenta entre sus actividades económicas la ganadería. Y como ganaderos, los vacceos no sólo se dedicaron a la cría del ganado ovino o vacuno. También fueron capaces de domesticar una raza de caballos que con el tiempo se convertiría en una de las más apreciadas del mundo; no sabemos cómo llamaban los vacceos a sus caballos, lo que sabemos es que los romanos los denominarían thieldones.
Fíbula vaccea de oro con forma de cabezas de caballo. (Fuente: es.pinterest.com)
Cuentan las fuentes antiguas que la caballería vaccea era apreciada por sus amigos y aliados, pero lo más relevante es que era famosa y temida por sus enemigos, no sólo por la ferocidad de sus guerreros a caballo, sino por la velocidad y resistencia de los propios animales. Y estos no eran unos caballos cualesquiera.
Las fuentes, y los estudiosos del tema, no se ponen de acuerdo en la procedencia de esta raza equina. Algunos opinan que ya poblaban el valle del Duero cuando los vacceos y otros pueblos llegaron allí. Otros, sin embargo, afirman que acompañaron en el s. VIII a. C. a las oleadas de pueblos protoceltas que llegaron a la Meseta y el norte de la Península desde el centro de Europa. Con estos pueblos migrantes llegarían los thieldones y los asturcones, que se diferenciarían entre sí por el mayor tamaño de los primeros. Sea como fuere, los hombres que poblaron estos parajes consiguieron domesticar aquellos animales y les dieron múltiples usos.
El thieldón, según lo describen varios autores, era un caballo desgarbado, eumétrico (animal de volumen medio), de origen tarpánico, con una alzada de alrededor de las siete cuartas, de cabeza grande, perfil recto, cuello corto y recto, pecho estrecho, grupa tendiendo a la horizontalidad, con patas delgadas y con cascos mayores que los del caballo ibérico, que con frecuencia se presentaba calzado y cordón corrido. Su capa atabanada (oscura) presentaba pintas blancas en los ijares y en el cuello. Sin embargo, el rasgo más característico de este animal era su paso en ambladura, es decir, movían al mismo tiempo la mano y el pie del mismo lado, lo que provocaba un suave balanceo similar al del dromedario. Como en otros temas, los autores discrepan sobre si este paso era natural de los thieldones o eran sus dueños quienes les enseñaban a moverse de esa forma, como afirman Vegecio y Varrón. Estrabón dice de ellos:
«…particularidad de Iberia es que los caballos de los celtíberos, que son moteados, cambien de color cuando se trasladan a la Iberia exterior; dicen que se parecen a los caballos partos pues son veloces y mejores corredores que los demás» (Estrabón 3, 4, 15).
Por tanto, otra de sus características sobresalientes, que los hizo famosos y codiciados entre todos los pueblos de la Península primero, y después, entre los romanos y cartagineses, era su velocidad.
Se supone que el nombre “thieldón” lo pusieron los romanos, puesto que este término, junto con tieldo, fieldo y celdo, aparece en los Códices de Plinio. Se trataba de una palabra que procede de los vocablos “thieldo”, “thialt”, “zelde”, “telt”, “tölt”, “thielco”, en correspondencia con su paso característico. Por tanto, sería su forma de andar la que les otorgó el nombre.
Como en todas las sociedades de la Edad del Hierro, el caballo thieldón se convirtió para los vacceos en símbolo de poder y riqueza, pues sus dueños eran, por supuesto, los jefes guerreros que lideraban a su pueblo en el combate. Su mantenimiento era costoso y no estaba al alcance de cualquiera, por lo que sólo podían permitirse montar un thieldón los miembros de la aristocracia guerrera. Esto ocurriría entre los siglos VI y IV a. C. En esta época, el intercambio de caballos era utilizado por los círculos de poder para estrechar lazos y cerrar alianzas y acuerdos, al igual que otras prácticas comunes en aquel tiempo, como el intercambio de panoplias, mujeres u objetos de valor.
Pero a partir del s. III a. C., con el surgimiento y crecimiento de los oppida y civitates vacceos, que controlaban grandes extensiones de terreno a su alrededor, el thieldón tuvo un uso más social, ya que la necesidad de controlar el territorio y la evolución de las técnicas agrícolas y ganaderas, obligó a los aristócratas guerreros a distribuir los caballos entre los hombres que los acompañaban al combate y llevaban a cabo dichas labores, lo que condujo a la aparición de la caballería, en su sentido más social, como unidad guerrera: el conjunto de hombres que empuñan armas y montan a caballo para defender, representar y sostener a su comunidad. Esto se vio favorecido por el aumento de la cabaña equina y las mejoras en las técnicas de adiestramiento de los thieldones.
El más conocido de los usos que se dio a los thieldones fue el militar. Varios autores citan, en numerosos momentos de la historia de la romanización, la presencia de los temibles jinetes vacceos y de sus poderosas y veloces monturas. Los animales eran entrenados por sus dueños para obedecer a las órdenes que se les daban no sólo con la voz y las riendas, sino también con los muslos y las rodillas. Hay que tener en cuenta que, en el momento del combate, un jinete armado con escudo y lanza no podría utilizar las manos para sujetar las riendas de su caballo. También se dice que se les enseñaba a subir pendientes escarpadas y a arrodillarse en el suelo bajo sus jinetes y levantarse rápidamente a una orden de éstos, con el fin de que los thieldones pudieran ejecutar esta maniobra en caso de que los guerreros se ocultasen para tender una emboscada al enemigo.
Las primeras noticias de las fuentes clásicas sobre los jinetes vacceos las tenemos en la incursión de Aníbal contra las ciudades vacceas de Helmántica y Albocela en el año 220 a. C., tras la que el general cartaginés decide llevarse consigo nada menos de doce mil jinetes vacceos para engrosar su ejército. La caballería vaccea se encontraba también entre la coalición de guerreros que atacaron al ejército cartaginés mientras vadeaba el Tajo en su regreso a la costa mediterránea tras esa expedición. También sabemos que los caucenses y los intercatienses, entre otras cosas, tuvieron que entregar su caballería al pretor Lucio Licinio Lúculo en 151 a. C. También Quinto Sertorio reclama de las ciudades vacceas una buena cantidad de caballos para enfrentarse a Cneo Pompeyo.
Una noticia curiosa que relata Silio Itálico es que entre los muchos juegos que se celebraron cuando Publio Cornelio Escipión regresó a Hispania tras vencer a Cartago en la Segunda Guerra Púnica, hubo una carrera de caballos, en la que venció un caballo thieldón de nombre Lampón. También cuenta que uno de los premios más cotizados en las carreras celebradas en Roma fue un tronco de caballos thieldones.
La caballería vaccea también consiguió alguna victoria sonada sobre Roma. La primera vez fue en el año 151 a. C. cuando Lúculo, tras atacar Cauca, Intercatia y Pallantia, fue perseguido por la caballería vaccea hasta cruzar al sur del Duero. Volvió a ocurrir en 134 a. C., cuando el prestigioso Publio Cornelio Escipión Emiliano, destructor de Cartago, se había internado en territorio vacceo con el doble fin de abastecerse del grano que poseían los vacceos y de privar de él a los numantinos, a quienes se disponía a sitiar. Cuando el ejército romano se encontraba en una llanura llamada Coplanio, situada en las cercanías de Pallantia, la caballería vaccea atacó a las legiones, cayendo sobre el flanco comandado por Rutilio Rufo, cronista de la expedición, que se vio sorprendido y sufrió muchas bajas. Escipión, que tuvo que acudir en su ayuda, al no poder rechazar las constantes cargas de la caballería vaccea, ordenó a su ejército que vadeara el Pisuerga y se dirigiese hacia el sur para escapar de los jinetes, que lo persiguieron y hostigaron hasta que consiguió vadear el Duero en Septimanca, causándole numerosas bajas.
Finalmente, en 72 a. C., la mayor parte de los jinetes vacceos de las ciudades situadas al sur del Duero, y con ellos sus caballos thieldones, pasarán a formar parte de las tropas auxiliares de las legiones romanas. Algunos de ellos huyeron hacia el norte, hacia las tierras de astures, cántabros o vascones, donde serían cruzados con otras razas de caballos.
Pero los vacceos no sólo utilizaron a los thieldones para hacer la guerra. Además de ser veloz, se trataba de un animal muy resistente, apto para el tiro, la carga o la guerra, por lo que lo prefirieron antes que el pequeño asturcón, que fue siendo desplazado paulatinamente hacia las montañas. Así, los vigorosos caballos thieldones fueron muy útiles como animales de labranza, de transporte o de tiro, más veloces que los bueyes.
También eran utilizados para la caza, el pastoreo (aunque no hay pruebas concluyentes, la mayor parte de los autores está de acuerdo en que los vacceos practicaban la trasterminancia más que la trashumancia), sacrificados como ofrendas a Epona, diosa de los caballos. Y su carne fue utilizada como alimento en diversas ocasiones, como en el sitio de Numancia.
Era tan importante este animal para los vacceos, que son numerosas las representaciones que se han encontrado en cerámicas policromadas, asas de tapa con forma de caballo, cajas zoomorfas de aspecto equino, simpula (pequeños cazos) de barro con mango rematado en forma de cabeza de caballo, fíbulas con forma equina o de cabeza de caballo, estelas mostrando guerreros montados, exvotos con forma de cabeza de caballo (en el castro vacceo de Tariego), báculos coronados por piezas en forma de caballo, anillos y otras joyas.
En el año 2002 se descubrió un enterramiento vacceo en la necrópolis de Las Ruedas (yacimiento arqueológico de Pintia), en el que, junto a los restos del difunto y al ajuar habitual de este tipo de tumbas (vasos con restos de animales domésticos, como cabras u ovejas, o recipientes destinados a comer y a beber), se han encontrado restos de arreos de caballo, como bocados, frontaleras, o bridas, todos ellos de hierro. Es evidente que se trata del enterramiento de un guerrero de la élite ecuestre vaccea, lo cual resalta aún más la importancia que tenía el caballo para la sociedad vaccea, y nos lleva a preguntarnos si los vacceos creerían que el guerrero fallecido contaría en el Más Allá con una nueva montura, por supuesto, un thieldón, que le acompañaría en nuevas hazañas ultraterrenas.
Augusto Rodríguez de la Rúa
Galapagar (Madrid), 14 de mayo de 2017.
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