El 2 de agosto de 216 a. C. y en el marco de la Segunda Guerra Púnica, Roma y Cartago dirimieron una de las batallas más importantes de la Historia. Ambos ejércitos se enfrentaron a orillas del río Aufidus (el actual Ofanto), en la Apulia italiana, en la que podía ser la batalla decisiva de aquella guerra.
Aníbal Barca se había puesto en marcha desde la base púnica de Cartago Nova (Cartagena) en Hispania, con el fin de invadir Italia, asolarla, derrotar a los romanos y conseguir que sus aliados se pasaran al bando vencedor, lo que dejaría a Roma en una situación precaria y, presumiblemente, forzaría su rendición.
El general cartaginés avanzó por la costa hispana hacia el norte, se internó en la Galia, cruzó el Ródano, burlando al cónsul Publio Cornelio Escipión, cruzó los Alpes y se internó en Italia. Los romanos, en estado de alarma, enviaron una y otra vez a sus legiones en busca del ejército de Aníbal. Pero este resultó vencedor una y otra vez: Tesino (218 a. C.), Trebia (218 a. C.), Trasimeno (217 a. C.)… Aníbal estaba cada vez más cerca, y aunque una infección le había hecho perder un ojo en los pantanos de la Toscana, los romanos estaban aterrorizados. Sus ejércitos estaban exhaustos y el Senado temía que las derrotas sucesivas hiciesen cambiar de bando a sus aliados itálicos. Las tribus celtas del valle del Po se habían unido a Aníbal, pero no lo hicieron los etruscos ni los otros pueblos toscanos, por lo que el cartaginés decidió probar en el sur, con los samnitas y los pueblos de la Campania y el Bruttium.
Mientras, Roma nombró un dictador: Quinto Fabio Máximo Verrucoso. Máximo era consciente de la astucia de Aníbal y de su capacidad para derrotar a las legiones en batalla campal, por lo que decidió negársela. Así comenzó una serie de marchas y contramarchas en las que el dictador hostigaba al ejército cartaginés pero evitaba el enfrentamiento frontal. Quería desgastar a Aníbal y forzarlo a que abandonase Italia. Éste, por su parte, se dedicó al saqueo y la destrucción; quería demostrar a los itálicos que Roma no podía ni quería protegerlos. Nadie estaba contento con la estrategia del dictador.
Cuando terminaron los seis meses de mandato de dictador Máximo, y ante el descontento del pueblo de Roma, el Senado nombró a los dos cónsules de aquel año: Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón. Les otorgó el mando conjunto sobre un enorme ejército de ocho legiones (con sus respectivos contingentes aliados) y les encomendó la misión de llevar a Aníbal encadenado a la Ciudad.
Se trataba del ejército más grande que había reunido nunca Roma. En aquella época, las ocho legiones más sus contingentes aliados debían sumar unos ochenta y cinco mil hombres, de los que unos seis mil serían de caballería. Frente a ellos, Aníbal formó a un ejército variopinto de unos cincuenta mil hombres, con unos diez mil jinetes.
Para evitar los celos entre los dos cónsules, se había acordado que ambos ostentarían el mando del ejército en días alternos. Aníbal debía saber que Paulo era un militar capaz, pero que Varrón era algo incompetente, por lo que decidió presentar batalla un día en el que Varrón estuviera al mando.
Así, el 2 de agosto de 216 a. C., bajo el tórrido sol del verano apulio, las legiones formaron en la orilla sur del río Aufidus, dejando a este a la derecha. El cónsul Paulo, que aquel día no ostentaba el mando, se puso al mando de la caballería romana en el flanco derecho, mientras que Varrón se situaba a la izquierda, con la caballería aliada. Las legiones quedaron bajo el mando de los procónsules Marco Atilio Régulo y Cneo Servilio Gémino. Aníbal desplegó a su ejército frente a ellos; formó a su infantería de forma inusitada: la infantería pesada libiocartaginesa flanqueando a la masa de guerreros galos e hispanos, que formaron una especie de arco, con su parte más avanzada hacia el enemigo. La caballería hispana y gala se colocó en el flanco izquierdo cartaginés, y la temible caballería númida lo hizo a la derecha.

Tras las escaramuzas de la infantería ligera, entró en acción la caballería. Los hispanos y galos avanzaron a lo largo de la orilla del río, arrollando a la caballería romana, mientras que los númidas se encargaban de la caballería aliada. En el centro de la batalla, las legiones, formadas en su típico triplex acies, cargaron contra los galos e hispanos, haciendo que estos retrocedieran lentamente.
Mientras las legiones hacían retroceder el centro enemigo y las falanges africanas de los flancos pivotaban sobre sus extremos exteriores, la caballería hispana y gala, que había puesto en fuga a la romana, cruzó la retaguardia enemiga y se lanzó contra la espalda de la caballería itálica, que se desmoronó ante la doble acometida sufrida. Roma había perdido a su caballería, pero seguía haciendo retroceder a la infantería enemiga.
Pero las legiones habían caído en la trampa tendida por Aníbal. Una vez rebasadas las líneas de falange africana, éstas cargaron contra los flancos romanos. Al mismo tiempo, la caballería cartaginesa, una vez libre de jinetes enemigos, se volvió contra la retaguardia romana. Las legiones estaban completamente rodeadas y se deshicieron. Una vez rota la formación, los cartagineses se entregaron a un festín de muerte.
Fue la derrota más grave que había sufrido Roma en toda su Historia. El cónsul Paulo murió en combate, y también cayeron los procónsules Gémino y Régulo. Murieron cincuenta mil legionarios y cayeron prisioneros otros diez mil. después morirían otros dos mil legionarios, durante el ataque al campamento romano. También perecieron dos quaestores, veintinueve de los cuarenta y ocho tribunos militares y cerca de ochenta hombres con rango senatorial. El otro cónsul, Varrón, que estaba al mando del ejército, huyó. Fue un día funesto para los romanos. Aníbal perdió unos seis mil hombres.
Sin embargo, Aníbal no remató aquella victoria. No marchó hacia Roma y el Senado decidió que no se rendiría a Cartago. La guerra siguió y al final cambió de signo. Pero eso es parte de otra historia. Sobre el campo de Cannae quedaron casi sesenta mil cadáveres.
Muchos sitúan a Aníbal como uno de los grandes militares de la Historia. Opino que Aníbal fue un buen general, pero no uno de los mejores. Fue un buen táctico, rematando su carrera con la brillante victoria de Cannae, pero un mediocre estratega. Supo concebir la estrategia de llevar la guerra a Italia para hacer tambalear la hegemonía romana en la Península y hacer saltar por los aires su red de alianzas. Supo interpretar la inquina que tenían las tribus de la Galia Cisalpina hacia los romanos a causa de las anteriores derrotas. Supo formar su propia red de alianzas casándose con una princesa ibera y gracias a numerosos tratados con otros pueblos de Iberia y el sur de la Galia, y posteriormente con aquellos pueblos del sur de Italia que decidieron abandonar el lado romano. Fue capaz de conducir a su ejército multinacional a través de los Alpes hasta el valle del Po y derrotó a los romanos en cuantos combates tuvieron lugar. Estudió a fondo a los generales enemigos y siempre encontró la manera de derrotarlos, si exceptuamos a Escipión.
Pero no fue capaz de conseguir que su estrategia funcionase. La mayor parte de los aliados de Roma en el centro y norte de Italia permanecieron a su lado. No fue capaz de prever que en algún momento de la guerra tuviese que sitiar Roma, por lo que no dispuso de máquinas de asedio en ningún momento. Tampoco se enfrentó en ningún momento a ningún general romano de su talla, de nuevo exceptuando a Escipión, y en esta ocasión, fue derrotado. El dictador Quinto Fabio Máximo lo tuvo en jaque gracias a su táctica de hostigarle sin presentar batalla. Quizá su situación se resuma en lo que le dijo su propio comandante de caballería, Maharbal. Se dice que tras Cannae, Maharbal le dijo a Aníbal que si le ponía al mando de un contingente de caballería, en pocos días cenarían en el Capitolio. Según Tito Livio, cuando Aníbal se negó, Maharbal le respondió: «Verdaderamente, los dioses no han querido dar todas las virtudes a la misma persona. Sabes sin duda, Aníbal, cómo vencer, pero no sabes cómo hacer uso de tu victoria».
Bibliografía:
- Aníbal, y los enemigos de Roma, Peter Connolly. Espasa Calpe, S. A., Madrid, 1981.
- Roma contra Cartago, Nic Fields, Osprey Publishing, 2009.
- Cannae 216 BC, Hannibal smashes Rome’s Army, Mark Healy, Osprey Publishing, 1994.
- El ejército de la República, Nicholas Sekunda y Terence Wise. Osprey Publishing, 2009.
- Rome’s Enemies (4). Spanish Armies, Rafael Treviño Martínez. Osprey Publishing, 1986.