Luís Martínez González habla de «Aro, el guerrero lobo» en una entrada en la web literaria árealibros.
Si quieres leer lo que dice sobre Aro, pincha aquí.
Luís Martínez González habla de «Aro, el guerrero lobo» en una entrada en la web literaria árealibros.
Si quieres leer lo que dice sobre Aro, pincha aquí.
Hoy hemos recibido los ejemplares de Aro, el guerrero lobo que me corresponden por contrato. ¡Por fin tenemos a Aro físicamente en nuestras manos!
Ha sido una sensación difícil de describir, tener el libro en mis manos, poder tocarlo, olerlo, pasar sus hojas y leer lo que hasta hace muy poco tiempo estaba en un archivo word o pdf en mi ordenador, o era un manuscrito impreso en casa para hacer correcciones.
La maquetación, el estilo de letra, la portada… Todo ha sido una nueva experiencia para mí, el resultado de la transformación de la criatura que imaginé y empecé a escribir hace tiempo en la obra que podrán disfrutar todos los lectores que estén dispuestos a adentrarse, como yo lo hice, en el mundo de los vacceos.
Lector, te invito una vez más a que te atrevas a abrir las páginas de Aro, el guerrero lobo y disfrutes con su mundo y sus aventuras.
No es fácil explicar el tipo de armamento que utilizaban los vacceos, puesto que, por desgracia, no se han descubierto aún demasiados restos, pero sí los suficientes como para saber que su tipo de armamento no difería mucho del de sus vecinos, amigos y supuestos parientes, los arévacos.
Utilizaban lanzas largas de madera, con punta ancha en forma de hoja y regatón metálico. Los escudos podían ser de dos tipos. El primero de ellos, la caetra, era un escudo circular de madera, de entre 50 y 70 centímetros de diámetro, con un umbo central metálico que protegía el asa por el que el guerrero sujetaba la caetra. El segundo tipo, el típico escudo celta, ovalado, de unos 120 centímetros de largo y con una spina central que partía del umbo y recorría el escudo en vertical. En el centro, el umbo estaba recubierto por una pieza metálica, de hierro o bronce, que reforzaba la protección de la mano. Se solía pintar de colores llamativos y motivos geométricos, generalmente representando al sol.
La cota de malla, influencia de los galos, era un lujo que sólo podían permitirse los guerreros más ricos o los que la consiguieran como botín. Algunas de ellas contaban con una protección para los hombros. Por tanto, la mayoría de los guerreros combatían con unas pequeñas placas metálicas que les protegían el pecho, atadas al torso por correas de cuero, o bien vestidos simplemente con sus túnicas o desnudos; estos últimos lo hacían tratando de demostrar su valor al enemigo.
Los cascos, que también eran un lujo que pocos podían permitirse, a no ser que se lo quitasen a un enemigo caído, podían ser de hierro, bronce o mixtos, casi siempre del tipo Montefortino o de los modelos La Tène I y Hallstatt. Algunos de los guerreros prescindían de las protecciones para las mejillas.
Las espadas eran de antenas atrofiadas, de la misma longitud que el antebrazo de un hombre, y de doble filo. Eran influencia de las largas espadas galas, aunque de menor longitud y de punta más aguzada. Los galos solían utilizar el tajo; los vacceos y arévacos preferían la estocada. Se trataba de un arma de tanta calidad y tan efectiva, que los romanos, tras probarlas en sus propias carnes, decidieron adoptarla como arma “reglamentaria” y la llamaron gladius hispaniensis, para recordar la procedencia de tan magnífica arma. Los vacceos la llevaban dentro de una vaina de madera reforzada con piezas metálicas.
También usaban pequeños puñales de antenas de pequeña hoja triangular y los denominados puñales biglobulares, llamados así por finalizar su empuñadura en un disco y por tener otro engrosamiento con la misma forma en la mitad de la misma.
Según Diodoro Sículo, “Sus espadas tienen doble filo y están fabricadas con excelente hierro, también tienen puñales de un palmo de longitud. Siguen una práctica especial de fabricación de sus armas pues entierran láminas de hierro y las dejan así, hasta que con el curso del tiempo el óxido se ha comido las partes más débiles quedando solo las más resistentes (…). El arma fabricada de esta forma descrita corta todo lo que pueda encontrar en su camino, pues no hay escudo, casco o hueso que pueda resistir el golpe dada la extraordinaria calidad del hierro (..)” (Diodoro 5, 33).