El thieldón, caballo de los vacceos.

Este es el artículo publicado en la revista XIII de la asociación ProCulTo (promoción de la Cultura en la Comarca de Toro), correspondiente al año 2017. Espero que os guste.

Los vacceos, habitantes de la cuenca media del Duero, han llegado hasta nuestros días como un pueblo dedicado fundamentalmente a la agricultura, y se ha hecho bien conocido su modelo de colectivismo agrario, sistema que sigue siendo objeto de debate por parte de los historiadores. Pero también se cuenta entre sus actividades económicas la ganadería. Y como ganaderos, los vacceos no sólo se dedicaron a la cría del ganado ovino o vacuno. También fueron capaces de domesticar una raza de caballos que con el tiempo se convertiría en una de las más apreciadas del mundo; no sabemos cómo llamaban los vacceos a sus caballos, lo que sabemos es que los romanos los denominarían thieldones.

Fíbula vaccea de oro con forma de cabezas de caballo. (Fuente: es.pinterest.com)
Fíbula vaccea de oro con forma de cabezas de caballo. (Fuente: es.pinterest.com)

Cuentan las fuentes antiguas que la caballería vaccea era apreciada por sus amigos y aliados, pero lo más relevante es que era famosa y temida por sus enemigos, no sólo por la ferocidad de sus guerreros a caballo, sino por la velocidad y resistencia de los propios animales. Y estos no eran unos caballos cualesquiera.

Las fuentes, y los estudiosos del tema, no se ponen de acuerdo en la procedencia de esta raza equina. Algunos opinan que ya poblaban el valle del Duero cuando los vacceos y otros pueblos llegaron allí. Otros, sin embargo, afirman que acompañaron en el s. VIII a. C. a las oleadas de pueblos protoceltas que llegaron a la Meseta y el norte de la Península desde el centro de Europa. Con estos pueblos migrantes llegarían los thieldones y los asturcones, que se diferenciarían entre sí por el mayor tamaño de los primeros. Sea como fuere, los hombres que poblaron estos parajes consiguieron domesticar aquellos animales y les dieron múltiples usos.

El thieldón, según lo describen varios autores, era un caballo desgarbado, eumétrico (animal de volumen medio), de origen tarpánico, con una alzada de alrededor de las siete cuartas, de cabeza grande, perfil recto, cuello corto y recto, pecho estrecho, grupa tendiendo a la horizontalidad, con patas delgadas y con cascos mayores que los del caballo ibérico, que con frecuencia se presentaba calzado y cordón corrido. Su capa atabanada (oscura) presentaba pintas blancas en los ijares y en el cuello. Sin embargo, el rasgo más característico de este animal era su paso en ambladura, es decir, movían al mismo tiempo la mano y el pie del mismo lado, lo que provocaba un suave balanceo similar al del dromedario. Como en otros temas, los autores discrepan sobre si este paso era natural de los thieldones o eran sus dueños quienes les enseñaban a moverse de esa forma, como afirman Vegecio y Varrón. Estrabón dice de ellos:

«…particularidad de Iberia es que los caballos de los celtíberos, que son moteados, cambien de color cuando se trasladan a la Iberia exterior; dicen que se parecen a los caballos partos pues son veloces y mejores corredores que los demás» (Estrabón 3, 4, 15).

Por tanto, otra de sus características sobresalientes, que los hizo famosos y codiciados entre todos los pueblos de la Península primero, y después, entre los romanos y cartagineses, era su velocidad.

Se supone que el nombre “thieldón” lo pusieron los romanos, puesto que este término, junto con tieldo, fieldo y celdo, aparece en los Códices de Plinio. Se trataba de una palabra que procede de los vocablos “thieldo”, “thialt”, “zelde”, “telt”, “tölt”, “thielco”, en correspondencia con su paso característico. Por tanto, sería su forma de andar la que les otorgó el nombre.

Como en todas las sociedades de la Edad del Hierro, el caballo thieldón se convirtió para los vacceos en símbolo de poder y riqueza, pues sus dueños eran, por supuesto, los jefes guerreros que lideraban a su pueblo en el combate. Su mantenimiento era costoso y no estaba al alcance de cualquiera, por lo que sólo podían permitirse montar un thieldón los miembros de la aristocracia guerrera. Esto ocurriría entre los siglos VI y IV a. C. En esta época, el intercambio de caballos era utilizado por los círculos de poder para estrechar lazos y cerrar alianzas y acuerdos, al igual que otras prácticas comunes en aquel tiempo, como el intercambio de panoplias, mujeres u objetos de valor.

Pero a partir del s. III a. C., con el surgimiento y crecimiento de los oppida y civitates vacceos, que controlaban grandes extensiones de terreno a su alrededor, el thieldón tuvo un uso más social, ya que la necesidad de controlar el territorio y la evolución de las técnicas agrícolas y ganaderas, obligó a los aristócratas guerreros a distribuir los caballos entre los hombres que los acompañaban al combate y llevaban a cabo dichas labores, lo que condujo a la aparición de la caballería, en su sentido más social, como unidad guerrera: el conjunto de hombres que empuñan armas y montan a caballo para defender, representar y sostener a su comunidad. Esto se vio favorecido por el aumento de la cabaña equina y las mejoras en las técnicas de adiestramiento de los thieldones.

El más conocido de los usos que se dio a los thieldones fue el militar. Varios autores citan, en numerosos momentos de la historia de la romanización, la presencia de los temibles jinetes vacceos y de sus poderosas y veloces monturas. Los animales eran entrenados por sus dueños para obedecer a las órdenes que se les daban no sólo con la voz y las riendas, sino también con los muslos y las rodillas. Hay que tener en cuenta que, en el momento del combate, un jinete armado con escudo y lanza no podría utilizar las manos para sujetar las riendas de su caballo. También se dice que se les enseñaba a subir pendientes escarpadas y a arrodillarse en el suelo bajo sus jinetes y levantarse rápidamente a una orden de éstos, con el fin de que los thieldones pudieran ejecutar esta maniobra en caso de que los guerreros se ocultasen para tender una emboscada al enemigo.

Las primeras noticias de las fuentes clásicas sobre los jinetes vacceos las tenemos en la incursión de Aníbal contra las ciudades vacceas de Helmántica y Albocela en el año 220 a. C., tras la que el general cartaginés decide llevarse consigo nada menos de doce mil jinetes vacceos para engrosar su ejército. La caballería vaccea se encontraba también entre la coalición de guerreros que atacaron al ejército cartaginés mientras vadeaba el Tajo en su regreso a la costa mediterránea tras esa expedición. También sabemos que los caucenses y los intercatienses, entre otras cosas, tuvieron que entregar su caballería al pretor Lucio Licinio Lúculo en 151 a. C. También Quinto Sertorio reclama de las ciudades vacceas una buena cantidad de caballos para enfrentarse a Cneo Pompeyo.

Una noticia curiosa que relata Silio Itálico es que entre los muchos juegos que se celebraron cuando Publio Cornelio Escipión regresó a Hispania tras vencer a Cartago en la Segunda Guerra Púnica, hubo una carrera de caballos, en la que venció un caballo thieldón de nombre Lampón. También cuenta que uno de los premios más cotizados en las carreras celebradas en Roma fue un tronco de caballos thieldones.

La caballería vaccea también consiguió alguna victoria sonada sobre Roma. La primera vez fue en el año 151 a. C. cuando Lúculo, tras atacar Cauca, Intercatia y Pallantia, fue perseguido por la caballería vaccea hasta cruzar al sur del Duero. Volvió a ocurrir en 134 a. C., cuando el prestigioso Publio Cornelio Escipión Emiliano, destructor de Cartago, se había internado en territorio vacceo con el doble fin de abastecerse del grano que poseían los vacceos y de privar de él a los numantinos, a quienes se disponía a sitiar. Cuando el ejército romano se encontraba en una llanura llamada Coplanio, situada en las cercanías de Pallantia, la caballería vaccea atacó a las legiones, cayendo sobre el flanco comandado por Rutilio Rufo, cronista de la expedición, que se vio sorprendido y sufrió muchas bajas. Escipión, que tuvo que acudir en su ayuda, al no poder rechazar las constantes cargas de la caballería vaccea, ordenó a su ejército que vadeara el Pisuerga y se dirigiese hacia el sur para escapar de los jinetes, que lo persiguieron y hostigaron hasta que consiguió vadear el Duero en Septimanca, causándole numerosas bajas.

Finalmente, en 72 a. C., la mayor parte de los jinetes vacceos de las ciudades situadas al sur del Duero, y con ellos sus caballos thieldones, pasarán a formar parte de las tropas auxiliares de las legiones romanas. Algunos de ellos huyeron hacia el norte, hacia las tierras de astures, cántabros o vascones, donde serían cruzados con otras razas de caballos.

Pero los vacceos no sólo utilizaron a los thieldones para hacer la guerra. Además de ser veloz, se trataba de un animal muy resistente, apto para el tiro, la carga o la guerra, por lo que lo prefirieron antes que el pequeño asturcón, que fue siendo desplazado paulatinamente hacia las montañas. Así, los vigorosos caballos thieldones fueron muy útiles como animales de labranza, de transporte o de tiro, más veloces que los bueyes.

También eran utilizados para la caza, el pastoreo (aunque no hay pruebas concluyentes, la mayor parte de los autores está de acuerdo en que los vacceos practicaban la trasterminancia más que la trashumancia), sacrificados como ofrendas a Epona, diosa de los caballos. Y su carne fue utilizada como alimento en diversas ocasiones, como en el sitio de Numancia.

Era tan importante este animal para los vacceos, que son numerosas las representaciones que se han encontrado en cerámicas policromadas, asas de tapa con forma de caballo, cajas zoomorfas de aspecto equino, simpula (pequeños cazos) de barro con mango rematado en forma de cabeza de caballo, fíbulas con forma equina o de cabeza de caballo, estelas mostrando guerreros montados, exvotos con forma de cabeza de caballo (en el castro vacceo de Tariego), báculos coronados por piezas en forma de caballo, anillos y otras joyas.

En el año 2002 se descubrió un enterramiento vacceo en la necrópolis de Las Ruedas (yacimiento arqueológico de Pintia), en el que, junto a los restos del difunto y al ajuar habitual de este tipo de tumbas (vasos con restos de animales domésticos, como cabras u ovejas, o recipientes destinados a comer y a beber), se han encontrado restos de arreos de caballo, como bocados, frontaleras, o bridas, todos ellos de hierro. Es evidente que se trata del enterramiento de un guerrero de la élite ecuestre vaccea, lo cual resalta aún más la importancia que tenía el caballo para la sociedad vaccea, y nos lleva a preguntarnos si los vacceos creerían que el guerrero fallecido contaría en el Más Allá con una nueva montura, por supuesto, un thieldón, que le acompañaría en nuevas hazañas ultraterrenas.

Augusto Rodríguez de la Rúa

Galapagar (Madrid), 14 de mayo de 2017.

BIBLIOGRAFÍA:

Blanco Ordás, Restituto. La trayectoria del caballo vacceo. PITTM 73, Palencia, 2002, pp. 317-334.

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Romero Carnicero, Fernando y Sanz Mínguez, Carlos (editores). De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea. Valladolid, 2010.

Sanz Mínguez, Carlos; Gallardo Miguel, María Ascensión; Velasco Vázquez, Javier y Centeno Cea, Inés. La tumba 75 de Las Ruedas, primer testimonio arqueológico de la élite ecuestre vaccea.

Sánchez-Moreno, Eduardo. Caballo y sociedad en la Hispania céltica: del poder aristocrático a la comunidad política.

Sánchez-Moreno, Eduardo. El caballo entre los pueblos prerromanos de la Meseta Occidental.

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